El punto de partida siempre es poner palabras, buscarlas, darse el tiempo, pero no renunciar a intentarlo. Cada uno con su ritmo y forma personal. No se trata de cuantas usemos, sino de nombrar lo que nos pasa y sucede.

Emociones, Dudas, Preguntas….
En el caso de los niños, es importante adecuar las respuestas y los planteos, a la edad de ellos. Así como también, considerar nuestras creencias, experiencias y sentimientos como adultos. La conciencia de la fragilidad humana, y de la finitud, llega antes a la vida de los niños, de lo que tenemos conciencia. Ellos valoran, los alivia, y representa cuidar su salud, que lo reconozcamos así.

A las vivencias de pérdidas o cambios, personales, o cercanas,(de familiares o amigos), es necesario darle un lugar en los temas de diálogo. Con palabras sencillas, cuidadosamente y hasta donde el chico requiera. Amparados en la relación afectiva, buscando el equilibrio, sin confrontar el dolor, sino acompañarlo a que transite.
Así nos cuidamos, chicos y grandes.

Evitamos tabúes, que solo generan dudas y temores, limitaciones y bloqueos emocionales. Con posibles costos en otras líneas del desarrollo, ( a corto y a largo plazo). La forma en que nos comunicamos, más allá de las edades de las partes, requiere de comprensión y prudencia. En ocasiones es mejor detenerse, reconocer ritmos y adecuar la estrategia. No insistir cuando notamos que el dolor o la tensión del enojo nos inunda.