Cuando estoy inseguro, ¿es porque no manejo la incertidumbre? O, ¿es la incertidumbre de vivir la que me genera inseguridad? 🤔

El caminante que habita en la piel de cada uno de nosotros requiere que demos pasos. Movernos, andar, intentar. La audacia de vivir admite la inestabilidad y la duda, la molestia como la desilusión. La diferencia entre lo que buscamos y lo que encontramos. Entre el que decimos querer ser y el que vamos modelando minuto a minuto. Entre la luz y la oscuridad de la experiencia de estar vivo. ¿No es acaso la insistencia en querer controlar lo incontrolable la que nos hace trampa y nos lleva al desborde, la tensión y la renuncia?

Cuidemos de permanecer en nuestros propósitos. Defenderlos de los supuestos de exigente aspiración humana, fantasías sobre ideales que solo habitan en nuestro imaginario.

Que sea nuestra acción la que sume en pasos que abran caminos nuevos. Arriesgarse a vivir implica tanto la prudencia como la insistencia. Por supuesto que el plan y la administración de nuestros recursos, tiempo y valores es un acto responsable. Ahora, ¿cuántas renuncias se imponen en nombre de una supuesta seguridad que se viste más de represión que de orden y prioridades?

No es lo mismo ser cauteloso que adherirnos al rencoroso nido del “no poder”. La fantasía ideal poco sabe del barro con el que el humano construye su vida; vida construida en ráfagas de satisfacción y de dolorosos momentos. Que sabe de renuncias, adaptaciones, esperas y de despedidas.

Cuidemos de no ser vengativos con nuestra humilde humanidad. La vida es más fácil cuando nuestro primer propósito, en cada amanecer, es celebrarla. Esa es nuestra máxima posibilidad, con las manos en el presente, moderando y gestionando los impulsos como los apuros.

¡Fuera la tentación de la venganza hacia nosotros mismos, fuera!

¡Sí a la comprensión comprometida de sostenerse en la ruta!