Un día, descubrimos que algo había cambiado. Como suele suceder en la naturaleza humana, parecía que había sucedido de la noche a la mañana. Sin embargo, este cambio llevó su tiempo, con momentos notables y otros más silenciosos.
En el complejo y fascinante ejercicio de vivir, llega el momento en que los adultos de ese entonces, ya sean padres, profesores o abuelos, comienzan a utilizar con mayor frecuencia expresiones como: «ten cuidado, piensa antes de decidir», «serás responsable de tus acciones», «ya eres lo suficientemente grande para hacerlo tú mismo», «¿asumirás las consecuencias?»
Pueden variar las palabras, pero el mensaje es similar.
Estas palabras nos sitúan en el escenario de la responsabilidad, de la transición del tiempo. Ocurre en un día a día imperceptible pero constante, hasta que llega ese día en que nos damos cuenta. «¿Qué sucedió? ¿Cuándo fue el día en que mis padres dejaron de tomar decisiones por mí?».
Los indicios de lo nuevo se convierten en palabras, imágenes y experiencias que encontramos en nosotros mismos y en los demás. Tomar el control y decidir el rumbo tiene el sabor dulce y tentador de convertirnos en el capitán de nuestro propio barco, de experimentar la libertad de avanzar a nuestro propio ritmo.
Al mismo tiempo, nos enfrentamos al vértigo de la incertidumbre que representa lo desconocido, lo nuevo por vivir y aprender. Surge la inquietud por explorar. Es un verbo que se aplica tanto a la valentía como al riesgo en el ejercicio de la autonomía. Este proceso implica tanto logros y conquistas como caídas y moretones.
El camino hacia la madurez es sinuoso, la historia se inscribe en nuestra piel, convirtiéndose en un recurso y en un material a transformar. Lo mezclamos y creamos con nuestro propio sello.
La tensión y el ritmo de este proceso son únicos, el de convertirnos en el autor de nuestro propio plan de ruta, aquel que da respuestas a nuestra propia vida.
Nos convertimos en nuestros propios guías y cuidadores, tomando las oportunidades y creando nuevas posibilidades.
Como diría Galeano, eso es el mundo, un montón de pequeñas llamas brillantes. Cada persona irradia su propia luz entre todas las demás.
Es en ese momento cuando la palabra «responsabilidad» adquiere aún más significado.