Crecí en el campo.
En un lugar hermoso, alejado, tan bello!
Muy amplio y siempre inundado de sol, así como de estrellas. Con un silencio que atesoro, como refugio, para reflexionar o disfrutar en cualquier momento.
Cada día, en todas las estaciones, disfrute de esa naturaleza generosa y potente.
Pilar en mi niñez.
Mi flia?
Ya es otro tema, digamos que… muy complicado.
A modo de inicio, fui la más chica de mis hermanos.
“La chica” fue mi apodo, lo resume. ¿Verdad?
El siguiente punto fue mi precocidad para hablar. Con año y medio ya parloteaba.
Así que, comenzaron a decir que “hablaba mucho”, “que por favor niña, pareces una cotorra”!
Me parece que esas palabras, y tantas otras, tienen igual sentido.
Fueron incentivo para mi.
A modo de provocación, de marca de territorio, anduve por años hablando por hablar, tal como un loro
O cotorra, o que se yo.!
Hablar, repetir, imitar.
Más por acto de rebeldía que por tener algo que decir, expresar, o pedir.
Los años pasaron, la vida me llevó por otros grupos de gente diferente a mi flia. Así fui aprendiendo de ellos y con ellos.
De mi otro tanto.
Al fin y al cabo, hablar me hace humana y con ganas de estar y de hacer.
De compartir. Me llevó esfuerzo y años comprobar que podía hablar como opción y no como único camino para mostrar mi presencia.
Así se volvió diálogo el hablar.
Y no ese parlotear ansioso de quien necesitaba marcar un espacio en el
mundo, al menos en el de la familia.
Tiempos de sobrada inmadurez!
A veces lo logro, otras no.
Usar y escuchar mi voz, es una conquista cada vez.
Esta es una historia que se sigue escribiendo, ya veremos mañana o será pasado mañana?…